Esta clase de edificios son difíciles de hacer con perfección en tierras donde no hay muchos ejemplos de otros tales, ejecutados por grandes hombres". Quién así se expresaba era el viajero valenciano Antonio Ponz, natural de Bejís (1725-1792), y su juicio iba dirigido a la iglesia de las Escuelas Pías de Valencia. "Tengo entendido que hubo mucho que hacer en esta fábrica, que es de gran diámetro. Quería el señor arzobispo que se diferenciase en la figura de otros templos de Valencia". Y lo consiguió, no hay duda, pues junto a su modelo, el Panteón de Roma, se eleva a la condición de gran espacio de impactante escenografía para el culto y también para la cultura.
Hoy, la iglesia de los Padres Escolapios de la calle Carniceros, adjunta al colegio de su mismo nombre, es uno de los ejemplos más brillantes, pero desgraciadamente más deteriorados, de la arquitectura que en la Valencia del XVIII se perseguía.
Su cúpula es una de las mayores de Europa, cosa que de por sí merece una visita, y desde luego, con un poco de imaginación, sobrecoge todavía pese a su necesaria rehabilitación. La iglesia de la Escuela Pía de Valencia es uno de los pocos templos de la ciudad histórica que quedan por rehabilitar, tras la recuperación de las iglesias barrocas de San Martín, San Juan de la Cruz y San Esteban. Se halla, pues, en la cuenta pendiente que esta ciudad tiene con su patrimonio. Su estado es un recordatorio sangrante de la importancia de preservar estos ejemplos de atrevido e innovador diseño, únicos en nuestro entorno urbano.
Hoy en día, la iglesia no sólo es un emblema para la orden escolapia y su colegio central, y para la comunidad y los jóvenes del VII Grupo Scout que desarrolla allí su cometido (por cierto, también uno de los de mayor solera de la ciudad), sino que es un símbolo para todo el barrio de Velluters y para toda la capital.
Su imponente cúpula se vislumbra desde los terrados de la ciudad, desde sus campanarios y desde el coronamiento de sus principales edificios. Su magnífico interior fue descrito por Ponz casi en el momento que se construía: columnas de piedra verde de Cervera, cuadros y frescos de José Vergara, esculturas de su hermano, Ignacio, pinturas de Camarón y de Planes, mármoles jaspeados de Vilamarxant, de Nàquera "y de otras partes del Reyno".
Su excepcionalidad en el panorama arquitectónico valenciano y español, junto a su delicado estado de conservación, hacen de este templo objetivo prioritario de la administración, de las instituciones, de las empresas privadas (recordemos que la bóveda de Sant Joan del Mercat fue recuperada, en parte, en 2005, gracias a Lubasa y Aguas de Valencia), de la acción cívica de la ciudad y de la propia Iglesia valenciana, dentro de sus posibilidades. Si fue un arzobispo de Valencia en el siglo XVIII, don Andrés Mayoral, quien promovió la obra, un nuevo arzobispo, don Carlos Osoro, preocupado como se ha demostrado por recuperar el contacto con el tejido cultural y social valenciano, puede guiar y liderar en el siglo XXI los pasos de su recuperación. Pero recordemos que es una obra a la que toda la sociedad civil de la capital está llamada a colaborar para su rescate.
Articulo publicado en Levante-emv.com por nuestro compañero Josep Vicent Boira.